miércoles, septiembre 1

Ayer terminé de leer “Paula” de Isabel Allende.
Cerré el libro y me vino otra vez esa sensación de vacío que me dejan los libros que me gustan mucho (¿no debería ser al revés?)
No se me había pasado el fastidio, cuando me dí cuenta que no le hice ni una línea ni un comentario, como me gusta a mi y que encima iba a tener que sacarle todos lo papeles que fui “guardando” a lo largo de estas semanas (el libro no es mío y tengo que devolverlo)

Verán ... A pesar de las críticas de mi amigos y conocidos, a mi me gusta “rayar” los libros que me gustan. La cantidad de subrayado, anotaciones al dorso, flechas, y signos de admiración e interrogación es directamente proporcional a cuánto me gustó un libro.
Además, sin proponérmelo les voy metiendo entre las páginas, billetes del autobús, post-cards publicitarias, listas de la compras, tickets, post-its y demás cosillas.

Me encanta volver a leer un libro después de mucho tiempo, encontrarme todas esas cosas.
Me dí cuenta de que lo hago con todos lo libros. Es un conducta que sostengo desde hace muchos años y recién ayer tomé conciencia de ella. ¿No es raro?
La explicación lógica sería que dado que no tiro papeles en la calle y el libro es lo que tengo más a mano para meterlos, pero ¿y si hay otras costumbres que ni siquiera sé que tengo?? Hábitos y rutinas que los demás reconocen como *muy-mías* y que yo ni siquiera adivino??
Joder, cómo me enrosqué!

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